Los graznidos de las gaviotas, confundidos con gemidos humanos, se colaron en su sueño. Graznidos como presagios anunciando que no había temporal, que esta madrugada al fin podría alcanzar su amada torre cruzando por el exterior de la isla, en lugar de tener que emplear el túnel subterráneo al que nunca se había acostumbrado. Cincuenta metros separaban la caseta donde dormía de su torre.
En la noche cerrada la lumbre del cigarro iluminaba sus pensamientos. -Ya me queda poco, me quieren jubilar estos cabrones- se decía el viejo entre caladas, -lo único bueno es que podré cuidar de mi nieto. Le contaré batallitas de faros y barcos legendarios, de pescadores dados por muertos y reaparecidos días después, tras el temporal, como resucitados, gracias a la luz mágica de mi faro.
Su hija estaba a punto de dar a luz. Bien pensado no era mal momento para que le jubilaran. Le dio una última calada y lanzó el cigarro lejos, pudiendo ver como desaparecía la lumbre tras varios rebotes frenéticos entre las rocas.
El mar permanecía invisible en la oscuridad de su profunda calma. Aún sin luz era capaz de adivinar la orografía del terreno.
Ya dentro de la torre, comenzó a subir por la escalera metálica. El viento vibraba en los cristales de las ventanas, produciendo un sonido que le reconfortaba, recordándole que no estaba sólo en aquella noche en la que el mar estaba ausente con sus olas silenciosas.
A mitad de escalera se sintió algo mareado y con dificultad para respirar, sus pulmones parecían enfadados por el humo que les había hecho tragar durante todos estos años. -Ya no soy joven, como era aquel día soleado en el que me adjudicaron las llaves del faro- recordaba el farero, mientras hacía una pausa para recobrar el aliento. -En aquellos tiempos no hacía falta ni opositar, era más por amistades y compensaciones que a uno le ofrecían dirigir un faro. ¿Qué será del mundo cuando ya no sea el hombre el que lo ilumine? -se preguntaba- ¿Qué será de los barcos, cuando tras las luces haya sólo máquinas programadas que les guíen? ¿A qué se dedicará el hombre cuando ya sólo trabajen las máquinas? -A estos pensamientos tristes se dedicó el farero mientras ascendía los últimos peldaños de la escalera hasta desembocar en la sala acristalada que coronaba la torre.
La gran linterna cilíndrica reinaba desde el centro de la sala. Sintió que respiraba de nuevo con dificultad, y haciendo un gran esfuerzo se dirigió mecánicamente hacia la palanca-interruptor. Levantó el brazo derecho, y al asirla firmemente, sintió un pinchazo fuerte en el pecho.
Un sable de luz barrió la oscuridad de la noche, trayendo alegría instantánea a los afortunados marineros que surcaban el mar en las cercanías.
A unos pocos kilómetros de la isla, en el pueblo, la hija del farero agonizaba sobre una cama llena de sudor. El gemido de un niño proveniente de sus entrañas surcó la madrugada como un rayo de luz en el mar.
Pablo Flores ©