Sábado por la mañana. Suena el despertador. Sí, sábado y con despertador, y es que Marta, la primogénita de la familia con siete años, recibe un premio por “La estrella de Carlota”, un precioso cuento que escribió para un concurso del pueblo en el que vivimos. Mi orgullo de padre rebosa por encima de los límites aconsejables. Mientras me tomo el café, abro compulsivamente Facebook en el teléfono móvil. Observo que dos amigos míos, uno en España y otro en Chile, comparten la misma noticia: la escritora Carmen Pacheco (@carmen_pacheco), consigue que Google le devuelva la imagen de su abuela, fallecida hacía año y medio, imagen a la que acudía de vez en cuando a través del Street View para poder verla, y que Google había eliminado en una de sus actualizaciones.
La noticia podéis leerla en el siguiente enlace:
Me dejo embargar por lo que leo, descubriendo un acontecimiento precioso, de esos que te hacen recuperar la fe y la esperanza en la raza humana, tal y como apuntaba Rodrigo al compartir el link en Facebook.
Pero la emoción es doble. A medida que avanzo con la lectura de la noticia, voy percibiendo la similitud con un cuento que escribí hace unos meses, justo a finales del año pasado. El cuento, se llamaba “En Google Maps siempre es de día”, y en él, su protagonista…bueno, creo que lo mejor es que lo leáis, no es muy largo:
Si ya habéis leído la noticia y el cuento, comprenderéis lo hermoso de semejante casualidad. Con una estúpida sonrisa en la cara, se lo cuento a mi mujer, riéndonos los dos de lo paradójico de todo ello, de cómo la realidad, la historia de Carmen, al final superaba mi cuento de ficción, por muy bien armado y coherente que fuera este último.
Bien, hasta aquí, todo normal. Es entonces cuando decido dar un paso más. Soy de los que creen, tal vez ingenuamente, que podemos conectar hechos aislados, personas desconocidas o momentos incongruentes, sólo con un acto de voluntad, como escribir un mensaje o redactar unas líneas y hacerlas llegar a su destinatario. Busco a Carmen en Internet, dando enseguida con su web, su blog y su página de Facebook. Le escribo un mensaje a través de ésta última, principalmente, para darle las gracias por haber compartido lo que le había sucedido. Había sido algo hermoso, (anormalmente hermoso en los tiempos que corren), con una respuesta inesperada por parte de Google, demostrando que el ser humano, de vez en cuando, asoma su cabeza por encima del reverso tenebroso y se deja llevar por la emoción de hacer feliz a una tercera persona (bueno, es lo que yo quiero creer, luego que cada uno lo interprete de la manera que mejor le parezca).
Carmen me devuelve cortésmente el mensaje y agradece que le hiciera llegar el relato. Me siento halagado por el hecho de que leyera mi cuento y que le gustara.
Vuelvo a escribir a Carmen, comentándole que siento la necesidad de escribir todo esto, de darle forma y enmarcarlo aquí, en La Pelota, su sitio natural. Y le cuento, en la “post data”, (adoro las “post data” por encima de todo…) que regalaré a mi hija uno de sus libros, para poder leerlo con ella.
Y ahora, tomándome un café frente al ordenador, aprovechando el sueño colectivo de mi familia para escribir estas líneas, y utilizando este texto con el objetivo de poner orden en mi cabeza, es cuando todo cobra sentido, cuando veo claramente cómo se relacionan los distintos elementos de esta historia. Así, entiendo que, partiendo de “El sueño de Carlota” (porque todo empieza aquí), mi hija acabará leyendo un cuento de Carmen, mientras yo le cuento la historia de su abuela, de cómo desapareció y volvió a aparecer en las imágenes de “Street View”. Y seguirá con la lectura de mi cuento de “En Google Maps siempre es de día”, y de lo casual o no con la historia de Carmen, pero ya será ella quien le otorgue significado a toda esta casualidad, a todos los acontecimientos.
Y al final, como diría un amigo mío, no hay nada como leer una historia si ésta, a su vez, está dentro de otra.
© Carlos Ibarreta