10 Home
De golpe vuelvo a ser consciente de mí, como si un bofetón me hubiera sacado de un profundo ensimismamiento. En los instantes previos al despertar un pitido se ha ido haciendo cada vez más presente en mi cabeza hasta culminar con esa explosión que me devuelve a la noche fría. Estoy sentado en el coche parado, mirando embobado una luz verde y bajando por la Gran Vía. Quizá el pitido sea un claxon, pero no estoy seguro. Luces por todos lados, consumismo por todos lados. Cartelería de cuerpos jóvenes, demasiado, para una época en la que ser joven es aspiracional.
Poco a poco, junto con el oído, voy recuperando los sentidos. Siento un tacto plano, húmedo y frio del asiento, sin matices, como el tacto de una prenda sobre una herida abierta. Bajo la vista, que ha estado fundida en negro hasta hace unos instantes, para entender por qué siento tanto frío y veo un cuerpo despellejado, con todos los músculos al aire y envuelto cuidadosamente en celofán. Mi cara, mis brazos, mis piernas, todo es una suerte de mostrador de carne, rojo, cubierto de plástico. Tranquilo, como si no me extrañase lo más mínimo, levanto la mirada y observo que el resto de seres que pululan a mi alrededor están igual. En el coche de al lado un taxista hablando distraído con el retrovisor sin querer darse cuenta de que el cacho de carne que lleva detrás asiente a sus palabras sin emoción, mirando por la ventanilla. Salubres maniquíes que suben y bajan por la calle bajo las marquesinas, todos desnudos, todos vacíos, todos con la carne al aire bajo su vestido transparente. Algunos pasean su enorme barriga de ciclópeos abdominales flácidos, otros son poco más que restos sobre huesos. Todos han sido devorados por Saturno.
En este nuevo estado de sobriedad trascendental caigo en la cuenta de que nos hemos frotado la realidad por todo nuestro cuerpo como si fuera un rallador de queso. Nos hemos arrancado hasta la última escama de nuestra piel, arrasado con todos nuestros nervios, hasta sólo sentir lo más básico. Frío, calor, presión y dolor punzante.
20 Print “dream”
Acabo de despertar de mi visita al Cine Capitol y ver Omega, de navegar por el cubismo lírico, poético y musical más acojonante, si te dejas llevar claro. Letras de Lorca, música de Cohen y, sobre sus cabezas, un desfibrilador cargado llamado Lagartija Nick soltando a cada rato una descarga que tras pasar deja resonando su eco. Sientes como va llegando la descarga porque la gente alrededor se prepara, oyes el pitido ascendente de la máquina de reanimación y de repente alguien dice “Fuera” para vivir un segundo de paz justo antes de que un trueno remueva lo más profundo de tu hipotálamo. Y ese que grita fuera es Enrique Morente, de quien he aprendido que estaba a tanta distancia – hacia arriba – de nuestras cabezas que desde su privilegiada posición dibujó este cuadro cenital. Nosotros somos 2D para mentes tan conectadas.
Omega es un documental que reconstruye el proceso de creación del disco que lleva ese mismo nombre y que un genio flamenco como Enrique Morente esculpió junto al resto de invitados. Pero Omega no trata del Flamenco, ni del arte, ni de la fusión, ni de la literatura, ni siquiera trata de Morente. No es un disco, Omega es lo que ocurre cuando te enfrentas a tus miedos y los alimentas de tus entrañas. Después, cuando han cogido fuerza, les azotas con tu alma y acabas tomándote una caña con ellos en algún bar.
Es una película perturbadora, profunda – si todavía el rallador de queso ha dejado algo de vida en ti – y nostálgica, pero con fogonazos que de vez en cuanto te dejan ciego, inmóvil y que calientan tus rincones más tranquilos. Remueve, desempolva y levanta el óxido que herrumbra nuestra embotada mente.
Por momentos Omega me ayudó a descolgar ese corazón crucificado con chinchetas en la pizarra de corcho, junto a la lista de la compra, la visita al dentista y el christmas del año pasado. Corazón amortajado con Post-it multicolor. Corazón del día a día – el de los fines de semana lo trato con más mimo -, deshidratado que Morente susurrará vida y dará de beber lágrimas de mil musas para, cuando más despistado esté, enchufarle 1.000 putos voltios made in Lagartija Nick. Subidón.
30 Print “Brave”
Omega trata del valor, del inconformismo, del prejuicio, de aquellos que han nacido en una vía de tren y sólo saben vivir caminando encerrados entre sus líneas. Inexistentes fronteras que tantos no se atreven a cruzar. Pero también trata de aquellos que sí dan un paso lateral para pisar fuera del camino marcado, como Enrique, quien al ver las montañas granadinas al fondo no pudo evitar su llamada. La mayoría veían aquella estampa nevada como un cuadro en la pared, pero Morente quiso sentir su frío y su poder. Caminó hacia ellas sin mirar nunca atrás. Por allí rondará todavía porque ese viaje no daba tiempo a hacerlo en una vida, algo que él vio y que le llevó a rodearse de su familia en el proceso. Probablemente primero por amor y segundo porque no quería que la simple muerte detuviera su andar. Ahora son sus hijos quienes deben recoger su legado, pero cada cosa a su tiempo porque de lo que no debió ser consciente fue de que la llama que ardía en él no sólo calentaba a su familia, también la guiaba y alimentaba. Omega habla del peso que nos ata al mundo en contraposición a lo etéreo del arte. Morente tenía sus raíces en lo más profundo de la tierra y de ella se alimentaba, aflorando de su voz el poder de la presión bajo las placas tectónicas. Esa fuerza se ve en la película, permeada a través de cosas como la mirada de Estrella, la alegría en sus ojos empapados de duende, el poder que ejercía en los que le rodeaban, los Lagartijas, a los que llevó al extremo.
La película acaba dando sentido a todo lo que en ella ocurre, más que sentido le da causalidad. Inspirador y melancólico el momento en Manhatan en el que todos sienten que ha terminado el trayecto que más que un viaje en tren ha sido pilotar una tuneladora a través del núcleo de la tierra, agotador, abrasador y con un destino incierto que no se ve. Pero ahí estaba desde el principio, “…Primero conquistaremos Manhatan,…” y cuando esto ocurre, todos sienten que todo ha terminado y parece como si la presión de una atmosfera de plomo que arrastraban desde hacía meses, años, encerrados en un estudio y en sus propias mentes, pariendo esa obra de arte, de repente se disipara para dejar paso a un cielo gris cargado de ambigüedad y falta de sentido. En ese momento todos eran otros, se resetearon y tuvieron que volver a cargar sus archivos predeterminados. Oportunidad perdida en algún caso para actualizarse, pero después de aquello no puedo imaginarme qué pasaría por sus cabezas. Quizá fue otro caso como el de Samuel Barber quien, con 26 años, creó su obra maestra, el Adagio para Cuerdas, que estaría por encima de él mismo el resto de su vida.
40 Print “Hope”
Se encienden las luces y todos rompemos en un aplauso inmenso que hace llorar a Estrella y nos aprieta el corazón a todos, o a todos los que aún tienen algo en el pecho.
Salgo del cine con fuego y camino quijotesco al aparcamiento con ganas de comerme el mundo a golpe de sentimiento. Me cruzo con una yonki y sus perros en plena curva mientras bajo una oscura y estrecha calle detrás de La Gran Vía de cuyo resplandor se alimentan las penumbras que piso distraído. Saludo, la invito a cenar y le doy 5€ pero no hay nada en sus ojos. Me pregunto cuando quedó vacía y por qué.
Sigo mi camino por las oxidadas calles, capilares a través de la mugre en la trastienda del glamour, hasta que de nuevo me desperezan risas y gritos. Al levantar la mirada me enfrento con un bar de copas que parece vomitar niñatos porque no aguanta más la naúsea de tenerles más tiempo dentro ni del orín que le rodea. Estos también están vacíos, pero siento que no porque se hayan vaciado si no porque nunca se han llenado.
Siento cómo mis capas de orgullo se van descascarillando y el abrigo negro que llevo y que me hacía sentir gentil ahora es fino como el papel, incapaz de parar el frio que me invade.
Alcanzo las escaleras de bajada al aparcamiento manchadas y apestando a la vida en la calle. Dedico mis últimas monedas a saldar mi cuenta con la gestora del parking y entro en el coche en busca de paz. Lamento no tener datos en el móvil para recargarme de queroseno vía Morente y Spotify.
50 Print “Nausea” and goto 10
La luz de la Gran Vía termina por sacarme del templado éter para ahogarme de repente en el cieno cuya entrada, y a modo de bienvenida, preside un semáforo rojo delante y a mi izquierda sobre un edificio un cartel gigante de Calvin Klein con sus 2 protagonistas adolescentes gritándome: “¡No lo ves!” Ya no hay alma imbécil. Me quedo ciego, mudo y me pierdo en un vacío nivel 3 de Origen. Los segundos que tarda en darme luz verde aquel regulador indolente no parecen regir por el tiempo. Una pausa incalculable de la que me escupe el sonido de los gritos de impaciencia a modeo de claxon y el bofetón marketiniano
Qué
Sexo contenido, enfrascado a presión en tarros de viscera, puritanismo o protofilia de menores perfectamente medida para satisfacer a la vez el deseo de crecer y experimentar con los deseos de lo perdido del crecido.
Sigo haciendo rafting tratando de esquivar los empellones de los colores corporativos de las multinacionales de la basura y las falsas tascas de cartón piedra que están para hacernos sentir que somos auténticos, pero no. Estamos cubiertos de la misma falsedad.
Sé que no tengo piel, casi nadie la tiene. Durante años nos la hemos estado arrancando para comprar créditos a nuestro ego. La publicidad, más grande e inteligente que nosotros, nos ha pasado por encima y ha exfoliado cada rincón de nuestra alma para después arrancárnosla y crear, como si fuera plastilina, una nueva forma acorde con sus necesidades. Hemos atado a nuestras carnes miles de fuegos artificiales para, idiotas, encender la mecha y verlos subir arrancándonos la vida sin dejar sonreir ya vacíos ante el espectáculo de luz y ruido. Mientras miramos hacia arriba nos han ido recubriendo de fino plástico transparente para evitar que se pudra lo que nos queda sobre los huesos.
Aire
Bajo la ventanilla para sentir al menos el frío. Entra el aire y, como si llevara un tiempo incontable conteniendo la respiración, de repente respiro profundamente y lleno de nuevo los pulmones, como un recién nacido.
Omega dejó un rescoldo en mi ser que se avivó al volver a respirar. Siento poco a poco mi latir y dejo atrás el valle desolado de mini Broadway. Como un engranaje, mis piezas se empiezan a recolocar y me empujan de nuevo. Desnudo y envuelto en plástico pero me siento vivo. Me vuelvo a reconocer, a encontrar, me siento y siento a los míos. Siento el mundo pero no me ahoga, recupero la fuerza de atlas y me lo echo a la espalda. Soporto la pena, la rabia y la bailo al compás del latir.
De la nada me atrapa el hambre y la sed. Y así, hambriento y sediento sigo mi viaje.
Camino
Camino, sigue siendo tú quien me siga, siga yo encontrándote después de haberte andado. Porque tú sólo eres con mis pasos y sólo me encontrarás cuando me haya ido. En la tierra de tus límites no echaran raíces mis penas, me las guardo para ir pelándolas mientras paseo y así entretener el estómago.
7 años ago ·
Hola Alberto, ¿serías tan amable de acreditar la imagen que has utilizado, por favor?
Uns aludo,
David