Mucha gente piensa que es fácil, se coge la raqueta y, ¡a darle a la pelotita! Y eso es todo. Sin embargo, la competición tenística es otra cosa, y aunque no estamos hablando de un gran torneo profesional, el partido que nos ocupa tiene cierta importancia porque está en juego la autoestima de dos hombres. La cosa a estos niveles va de quién tiene la cabeza más fuerte, o mejor dicho, a quién se le va menos la pelota; y no sólo la mental claro. El tenis es un deporte donde se juega con dos pelotas: una física, que es amarilla y peluda, que es más o menos fácil de controlar; y otra mental, que da igual cuánto practiques, porque manejarla bien es difícil de cojones.
-No le da nada mal la chavala- se dijo nuestro jugador al retomar su posición de saque y echarle un ojo a la chica que jugaba en la pista contigua contra un tío cachas. El culo de la chica se marcaba desafiante cada vez que se agachaba para restar. -Si el cachas pudiera verlo como yo, seguro que haría doble falta- bromeó para sí mismo el jugador, y este pensamiento inoportuno en medio del juego le hizo probablemente perder el punto siguiente por doble falta. -Esto me pasa por gilipollas, me tengo que centrar-.
El jugador se distraía con una facilidad endiablada. Su enemigo no era su revés, sin duda demasiado cortado para resultar agresivo. Ni siquiera el rápido rival que tenía en frente. No, su peor enemigo era su caprichosa cabeza, aquella mente inquieta que parecía conspirar sin descanso para sacarle del partido. Vamos, que al jugador se le iba la pelota de vez en cuando. Era su inercia mental, y gran parte de sus esfuerzos se centraban en controlar dicha tendencia. Sí, era cansado este ejercicio continuo de autocontrol; ¿pero qué otra opción le quedaba?
A pesar de un mal comienzo de juego, logró romperle el saque al rival. Ahora sacaba para ganar el partido. Iban 40 iguales cuando logró una derecha cruzada con un ángulo inverosímil que su rival no pudo ni oler. Era punto de partido. Sacó un primero bien potente a la línea central de saque, ante lo cual el rival bastante hizo con sacársela de encima como pudo, devolviendo una bola inofensiva que atrajo al jugador hacia la red, pero cuando iba a volear con toda su alma, notó una mala pisada sobre algo blando que le hizo perder el equilibrio bruscamente. -¡Mierda!– gritó –He debido pisar una puta bola…- alcanzó a pensar antes del impacto. Su rival pudo observar asustado cómo la cabeza del jugador chocaba contra el suelo, y cómo éste se quedaba inmóvil tras el golpe.
Cuando el jugador abrió los ojos pareció despertar de un sueño tenístico, pues dijo: -¡Ventaja mía!-, y la chica que antes jugaba en la pista contigua, le sonrió, pues estaba ahora delante suyo, además de su rival que se encontraba a su lado. Quizás la chica había acudido en ayuda de nuestro pobre jugador al verle caer de manera brusca. En cualquier caso, el jugador acertó a decir -Ya me lo decía mi entrenador, ten cuidado con las pelotas que se van, pero ten más cuidado con las que vuelven y se quedan a tus pies: Si las pisas la hostia puede ser fina-, y tras decir esto los tres rieron. Entonces, proveniente de un árbol cercano, una espléndida cotorra argentina con la piel del mismo color que las pelotas de tenis, cruzó chillando la pista como queriendo participar en el jolgorio.
© Pablo Arcadio Flores
10 años ago ·
tienes arte puñetero !!!!!