La belleza…joder…la belleza. Empieza la peli y estas palabras resuenan dentro de mi cabeza (y seguirán sonando hasta el final; siempre es así…), intentando encontrar una conexión inmediata entre el título y lo que veo a través del televisor. Y entonces, desde los primeros segundos de metraje, con la primera fiesta en esa primera azotea, desaparezco. Sí, desaparezco del plano consciente y me sumerjo dentro de la pantalla, y empiezo a caminar por Roma con Jep Gambardella, el protagonista de esta historia.
Me fumo sus cigarros, mordiendo delicadamente la boquilla, demostrando un perfecto estilo romano-crapulense; me bebo sus copas, escupo sus preciosas palabras y me deleito con su extraordinaria sensibilidad ante los detalles de la vida, ante lo precioso de lo casual, de lo grotesco, de todo aquello que al final y en un pequeño instante, no es, sino un atisbo de la belleza, pero con mayúsculas.
Me desgarro por dentro con los diálogos, con frases que un día después, todavía resuenan en mis oídos fríos. Aquí no hay actores, amigos, no hay cámaras, no hay una película. Nadie finge en una toma grabada. La vida en Roma es así.
Roma…ay, Roma…con sus calles desiertas, sus paseos llenos de personajes, de turistas, de putas, de curas. La ciudad te habla, te cuenta, te engulle, te desprecia. Aparece fotografiada igual que la retrataron otros. Siempre así.
Y me parece ver a Fellini, y a sus helicópteros sobrevolando la ciudad, con sus delirios de animales exóticos, con sus trucos de magia.
Sigue la historia, sigue la nada, sigue el río llevando el agua al mar. Silencios. Miradas, todo tan lleno y tan vacío a la vez, que me dejo llevar, que me deslizo por un embudo manchado de aceite hacia ¿otra incongruencia…?
Y comparto plato, mantel y fiestas con el coro más variopinto de la noche romana. Ay, Federico…qué cabrón eres; sabes dónde hacerme cosquillas…
Caras desencajadas, maniquíes maquillados, bastardos sin freno…todos representantes comerciales de la misma marca de perfumes: el ser humano. Pero ahí está Jep, liderando a este grupo de hienas carroñeras, ansiosas por encontrar respuestas, desesperadas por dar algo de paz a su espíritu, por capturar la belleza en el resquicio más ilógico.
Sigue el calor durante la noche. El verano va avanzando de una fiesta a otra, de una terraza a otra. Las anécdotas, retrato de lo inverosímil, son los cuentos que se van escuchando a lo largo de toda la película, como susurros de viento, llenos de verdades apenas audibles, pero que, sin quererlo, te llevan bailando a la escena final.
Y aparece la magia y la fantasía, traídas por una monja de 104 años. Y la fantasía nos trae una metáfora, dos, cuatro, veinte…y nos regala un beso, ese beso que siempre lo dice todo sin decir nada, y por fin respiramos. Sacamos la cabeza del agua para coger aire, a sabiendas que en breve volveremos a sumergirnos, buscando, como siempre, la gran belleza.