Cae la noche, sobre mis ojos, temblando tus párpados, jugando a ser orilla, jugando a querer y a no querer.
Cae mi mano, a sujetar un impulso que se debate entre la belleza y el tacto.
Cae la melodía más hermosa, arrancando suspiros y jadeos, oraciones y sueños, disculpas y promesas, todo con el mismo apellido.
Se cae la prisa, con el anhelo del beso eterno, de los dedos infinitos, de la saliva caliente en el volcán de tu boca.
Se despide el desasosiego, el rezo y el imán de las fotos instant.
Se despide Fellini de Roma, y todo, de repente, se vuelve estéril.
Llegó el afinador a casa, con su pedicura perfecta, con su nariz de sable, a descubrir qué sucedía.
© Carlos Ibarreta