Hoy el Doctor Amor, ese ente que se refiere a sí mismo en tercera persona, al igual que Aída Nízar, va a inaugurar una nueva sección: El Monográfico, que no es el retrato de un chimpancé sino hablar en cada post de un genio de la istoria del harte. Para empezar he escogido un personaje que siempre me ha dado mucha grima por varias razones y que responde (respondía: murió en 1987) por Andrew Warhola aunque tú probablemente le conocerás como Andy Warhol. Un tipo que modificó las estructuras del mundo del arte, pero ¿para bien? Pronto lo veremos.
Andy Warhol es, en primer lugar, uno de los principales responsables de que se te quede cara de gilipollas cuando vas a Arco, esa Feria del Arte (lo de Feria es tan apropiado…) que perpetran una vez al año en el Campo de las Naciones de Madrid, y pienses que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sí, amigo, Andy es el culpable de que durante tu visita te tropieces con 34 pollas, 56 tetas, 12 culos, 22 coños y 3 anos en cualquier tipo de formato; de que los pintores hiperrealistas pinten sus cuadros mediante el poco decente método de proyectar una fotografía sobre el lienzo (con lo que además te cargas la luz), de que te metas en una pequeña sala de cine a ver una grabación que dura 7 horas de un señor feo y peludo durmiendo (y desnudo: lo principal es llamar la atención) y de que la principal herramienta para hacer obras de arte sea el PC (con el insustituíble fotochop encabezando la lista). Andy Warhol, resumiendo, es uno de los responsables de que el arte actual sea la mierda que es. Impulsor de la odiosa palabra performance, que estuvo tan de moda hace 4 o 5 años y que a estas alturas todavía no sé qué coño significa, ni me interesa, pero que enseguida relaciono con modernillos bohemios gafapastas que quieren vivir del arte. Andys Warjoles de la vida. Para entender todo esto habría que comentar en parte la vida y obra de este monstruo: vamos allá.
Andrew, norteamericano hijo de inmigrantes eslovacos, fue un niño enfermizo. Sufrió numerosas y cachondas enfermedades como la escarlatina (fiebre y lunares escarlatas por todo el cuerpo) o el popular Baile de San Vito, te lo juro, y que no es una danza tradicional -aunque en parte sí- consistente en, copio y pego de la wikipedia: “un trastorno del movimiento a menudo de comienzo insidioso, de duración limitada, que se caracteriza por movimientos sin propósito aparente, involuntarios y no repetitivos, que terminan por desaparecer sin dejar secuelas neurológicas”. Estas y otras enfermedades le tuvieron durante parte de su infancia postrado en la cama, relacionándose muy poco con el Mundo Real y desarrollando un vínculo muy fuerte con mamá. Como es evidente que el chaval se debía aburrir mucho, y para combatir el tedio leía comics, hacía collages, recortaba y coleccionaba fotos y las colgaba en su habitación cuando su gracioso bailecito del sistema nervioso se lo permitía, claro.
Con poco mundo pero una mente llena de objetos cotidianos, sus inicios consisten en mostrarnos esos mismos objetos como si fueran algo especial. Es evidente que los objetos cotidianos encierran cierta belleza y con su uso aparece un sentimiento de aprecio, añoranza, etc, de forma que cuando ves un bote de colacao antiguo, o el tambor viejo de Ariel donde guardabas el tente o el lego, o el propio tente o el lego, el hecho de haber convivido con ellos durante años y haberse hecho cotidianos le dan un valor añadido. Warhol supo jugar muy bien con esta condición, pero con ello también contribuyó a la desacralización del arte: ya no hace falta tener grandes ideas y currarte alguna técnica (pintura, escultura…) para ser un artista. Se comienza a confundir el diseño con el arte. ¿Por qué hace esto? porque su meta era conseguir fama y dinero, y moverse entre famosos, pero no tenía el talento suficiente para ello, pero sí inteligencia para suplirlo. Así de simple. Sus obras son un tributo a lo intrascendente, una ofrenda a la sociedad de consumo que encumbra ciertos clichés en el altar de la iconografía popular y masiva.
Andy sale disparado de su pueblo, Pittsburgh, la cuna del acero de EEUU para recalar en Nueva York, la cuna del jamón cocido, donde monta La Factoría, por la que pasarán todos los famosos de la época básicamente a que el artista manipule sus fotografías y donde de hecho Andy tendrá una numerosa plantilla trabajando para este fin: ahora el creador de arte se desvincula de su obra, no necesita elaborarla ni siquiera tocarla: basta con encargarla a un subordinado. ¡La industria del arte! En La Factoría trabaja un gran número de personas, estoy seguro que entre ellos había talentos artísticos superiores a los de Warhol, que le fabrican las hobras de harte casi en serie, y el bueno de Andy no tiene más que firmarlas y cobrar.
A finales de los 60 Andy ya es rico y famoso. Se rodea de una corte de acólitos estrafalarios: roqueros segundones y sin fama, prostitutas, chulos y transexuales. Escandalizar era su premisa. Filmó películas salpicadas de imágenes repetitivas y sujetas a una mecanización absurda, fría. En sus “cuadros” introduce imágenes triviales como botellas de coca-cola, rostros de actores, actrices, cantantes o cualquier otro motivo de consumo masivo. En su trabajo artístico destaca la violencia, popularizada a todo nivel en la mentalidad norteamericana, valiéndose de mostrarnos accidentes de tráfico, asesinos en serie o delincuentes.
Warhol ya está inmerso en el mundo del sarao y la farándula, y la pasta le sale de los bolsillos. Ya tiene lo que buscaba. Se vuelve una diva irritante. Es raro, taciturno, tímido, depresivo y, claro, homosexual. Desea llamar la atención a toda costa, como puedes comprobar en sentencias suyas del calibre 36 como la perla que soltó tras un viaje a Florencia, escucha: Lo más hermoso de Florencia es el MacDonalds (esto sólo lo puede decir un perfecto imbécil o alguien que pretende llamar la atención como sea) o, cuando vino a España, hacer una visita al Museo del Prado que duró sólo un cuarto de hora, donde ocurrió lo siguiente, contado por Luis Antonio de Villena (copio y pego): …le acompañamos al Museo del Prado. Al llegar preguntó por la tienda del museo, donde vendían tarjetas y guías. Fuimos allí y estuvo un buen rato mirando las tarjetas con las reproducciones de los cuadros que había dentro. Compró algunas, entre ellas una de un bodegón de Zurbarán, creo recordar, y cuando al fin le dijimos: «Bueno, ¿entramos ya?», nos contestó: «No, no, ya lo he visto. Es maravilloso, es un museo magnífico, me ha encantado. Esta es la sensibilidad del artista por la obra de otros. Aunque en el fondo le comprendo: tiene que ser muy duro comparar tu arte con el de Velázquez o El Greco. Hay que ser muy humilde para ir de artista divo por la vida y permanecer 5 minutos frente a Las Meninas.
Andy Warhol en su visita a Madrid… ¿a que te suena esta gente?
Tras la visita al Prado nuestro genio fue invitado a una cena-fiesta en casa de Juan March. En la cena estuvieron 15 afortunados comensales y después fue llegando gente; estamos hablando del año 83, la movida madrileña, oiga, hablamos de Almodovar, Ana Obregón, Cuqui Fierro, Pitita Ridruejo, Isabel Preysler, McNamara, Alaska y los Pegamoides, Sigfrido Martín Begué, Bernardo Bonezzi, Ágatha Ruiz de la Prada, Gorka de Dúo, Pablo Pérez Míguez o Luis Antonio de Villena… Warhol continúa interpretando a la perfección su personaje: esquivo, autista, interesado sólo en la gente adinerada que le podía permitirse comprar sus obras. Esto era un viaje… de negocios, una gira.
Fue un gran divulgador de idioteces sobre el arte, el ARTE, esa cosa, ese ente del que no tenía gran idea, y su libro Mi filosofía de A a B y B a Aes un compendio de soberanas estupideces; lo que sí tuvo claro donde comenzaba el negocio y donde terminaba el arte, y ahí es donde reside su mérito: podría dar lecciones de marketing a más de uno. A estas alturas no es necesario decir que Andy no fue un pensador, como él mismo puntualizó: Comprar es mucho más americano que pensar, y yo soy el colmo de lo americano. Patentó eso de los cinco o quince minutos de fama, pero las palabras de su madre lo definen mejor: Es un genio, el genio del siglo. Lo tiene todo: lo bueno y lo malo, lo mediano, lo asqueroso, lo terrible, lo ofensivo…es como estar mirando la vida. Efectivamente, no dudo que fuera un genio, pero no un artista. ¿Su legado? Puedes verlo en algunos carteles de ciertas tiendas de fotografía, donde podrás leer “Se hacen efectos a lo Andy Warhol“, ya tu sabe: tu feo careto de color naranja, de azul, de verde… y es porque el photoshop viene ya con el efecto Andy Warhol predefinido. Aquí es donde nos ha ganado. Esto sí que es haber triunfado. Mis respetos al genio, que no al artista.