El segundo regalo de Spanish Matchbox…bueno el segundo regalo es un poco distinto. Nos alejamos de las imágenes estáticas para masticar un pedacito de vídeo.
Realidad y ficción, en las líneas de más abajo.
El deseo aparece siempre en un aparcamiento vacío. Pero no sólo el deseo; todo un elenco de emociones conectadas al azúcar, a nuestra pareja, a la correa del perro. El deseo, por definición, es una ventanilla bajada, un asiento reclinado o una linterna que nos ilumina desde el exterior. El deseo, maldito bastardo, es un aliento de medianoche deletreando la palabra S-A-L-P-I-C-A-D-E-R-O. El deseo, como el resto de emociones, se desvanece unas horas después, cuando uno acude a buscar algo que perdió allí, junto al asfalto, junto a los besos envueltos en preservativos con un doble nudo Oxford en su extremo.
Hay algo macabro en volver al lugar del crimen con la luz del día. Siempre duele regresar a las coordenadas donde encumbraste la gran mentira, la que permitió deslizarte suavemente bajo las bragas de Sara, mientras susurrabas su nombre intercalado entre versos de Paul Éluard (esto no te lo perdonaré nunca…).
Volver es mirar desde fuera, convertirte en espectador de tus recuerdos, de lo que hiciste ayer, asistir al espectáculo de ver cómo te temblaban las manos, sólo de puro placer. Estar fuera del coche, asistiendo a la reproducción del recuerdo de la noche anterior, es como mirar dentro de uno mismo, pero alumbrado por una linterna de 3 voltios. Tomas una cucharilla y empiezas a escarbar el túnel por el que huirás, aunque no sabes hacia dónde. Y duele; duele como un jodido litro de aceite caliente cayendo en tu tímpano frío. Duele como el mordisco de Sara en el cuello, como esas líneas que no te atreves a escribir para cerrar el tercer acto.
Y duele que haya más gente mirando. Otras personas contemplan tu mugre, la suciedad que da brillo a tu vida. Asisten al anuncio de un blíster de antidepresivos, al preludio de un abandono o, quién sabe, igual sólo es el grito de un idiota.
El vídeo pertenece al trabajo de búsqueda y localización de exteriores para la puesta en marcha de la obra “Crudo ingente“.
Un vehículo aparcado en un espacio urbano se convierte en un espacio escénico inusual e íntimo donde dos personajes se encuentran y se enfrentan en una historia de agresión y supervivencia. Un espacio mínimo, una experiencia auditiva y espacial donde sintonizar pensamientos individuales a través de la radio de un coche. En el interior, el público se convierte en pasajero silencioso de un estrambótico y crudo viaje de 15 minutos que atraviesa paisajes agrestes, desérticos, frondosos, escarpados, carreteras secundarias por donde nos guían las tortuosas almas de sus protagonistas. Desde fuera, otros espectadores rodean el coche con la curiosidad del voyeur, descifrando una versión paralela de lo que sucede en el interior. Cada pasajero y cada espectador recibe una visión diferente de una misma historia. Una Road Movie, o mejor una Raw Movie….una experiencia inmersiva donde el transeúnte es invitado a participar.