Honestamente hubiera preferido otros motivos mucho más dignos, pero he perdido 9 puntos del carné de conducir hablando por el móvil y arrancando mi vehículo sin el cinturón de seguridad debidamente ajustado.
La DGT me advirtió por correo certificado de que si insistía en este tipo de conductas llegaría el día, más pronto que tarde, en que me retirarían el carné. A renglón seguido se me informaba de la posibilidad de recuperar 6 puntos por 205 euros, saliendo el punto a 34 euros y pico.
El pago se hace en efectivo y la factura es sin numerar.
El lunes siguiente somos todo hombres mirando al suelo. Nadie se saluda cuando nos sentamos en las sillas del recibidor de la autoescuela. El joven fuerte huele a vinazo y el padre de familia con anillo y gafas gruesas se refugia en sí mismo entrelazando sus manos. Es probable que conozca algún beneficio de la oración.
Viene el dueño de la autoescuela con un jersey amarillo pálido sobre los hombros, lo que no deja de resultar chocante a 27 grados, y pega un latigazo cervical para indicar que le sigamos hasta el aula. Allí nos abandona. Un par de minutos después entra la profesora. Gruesa, el pelo entreverado de canas. Viste con camisa y pantalón blanco. Descoloridos.
Comenzamos con una charla general y unos videos, después rellenaremos en nuestros ordenadores unos cuestionarios que, tras la inferencia de datos, decidirán el itinerario individualizado que deberemos seguir hasta la reinserción total.
La exposición de la profesora roza lo sublime cuando nos cuenta que los jóvenes son los que más mueren en accidente. Aclara que esto es un problema para todos. Teniendo en cuenta la edad potencial y los años de productividad que les restarían a las víctimas; el coste que supone al estado es elevadísimo. Miles de jóvenes enterrados sin haberles sacado provecho, o lo que es aún peor para ese estado, en silla de ruedas costándonos dinero a todos.
El problema no es que bebas como digo yo, el problema es que conduzcas, repetirá nuestra mentora cada 20 0 30 minutos a lo largo de los dos días, satisfecha de su oficio.
-El carné es un préstamo que te hace el estado, pero te lo deja si lo utilizas bien-Los pelos como escarpias.
Hemos ahorrado unos 1500 muertos aproximadamente desde 2006, año en que se instauró este sistema en nuestro país.
Y de postre ahí viene una brillante reflexión interior a voz alzada. -Yo que vivo de mi carné, tengo que ir hilando fino.
Así, mientras ella alimenta con lombrices a los polluelos que anidamos en su aula, nos enzarzamos en un amena miscelánea sobre el mundo al volante.
El coche eléctrico tiene un problema muy gordo, y es que no lo oyes, que sí, que puede que esté muy bien el tema de la contaminación y todo eso, pero ahora dicen que le van a incorporar un sonido, ¿os imagináis?, ahora que consiguen un coche que no contamina ni hace ruido van y le ponen un sonido para que deje de ser una máquina de matar.
Hay airbags que saltan tarde y atrapan a bomberos o a enfermeros de ambulancias.
-El niño que podría ser cualquiera, y también el tuyo-, (y aquí sí, se despliega toda la maquinaria reinsertora, pero también unas clases magistrales de persuasión y lenguaje)- tu propio hijo, o algún sobrino, convertido en proyectil cuando va sentado en la parte trasera y sin atar, saldrá de cabeza porque la tiene bastante gorda, como todos los niños.
Pero la crueldad de la profesora hace aguas con las mascotas.- Los animales deben llevar cinturón, por el amor de Dios, o ¿no son también pasajeros?, existen correas especiales para ello.-
Después de la primera pausa en la que nadie fuma, en la no nos miramos y en la que comprobamos qué ocurre dentro de nuestros teléfonos móviles, el espectáculo se dilata. Primero la profesora parafrasea a Kurt Kobain:
Que no te haya llegado una notificación de infracción no significa que no tengas una.
-Just because your´e paranoid, doesn´t mean they´re not following you-
Aún ando buscando el título de esa canción, pero las perlas son tan grandes que me aplastan al ser desgranadas.
-La palabra de un policía tiene carácter probatorio.
Me pongo serio conmigo mismo, prometiéndome como haría toda buena O´Hara: Nunca más volveré a pasar por esto. Nunca.
El puñetazo encima de la mesa de nuestra profesora es real, y me saca de mis pensamientos, ahora que ya sé que se llama Estefanía. La miro a los ojos que mueve con precisión de fuerzas especiales, de un reincidente a otro, de un posible 21 a otro, de un gasto superfluo, innecesario y prescindible a otro.
-Yo también pienso a veces en hacer un cambio de sentido en cualquier lado, a mi también me gusta correr, o ¿qué se piensan?, pero no lo hago porque me duelen mis puntos.
Casi tres horas después llegamos a la parte audiovisual de la jornada. Lo que supongo supondrá un descanso dialéctico.
Comenzamos por un episodio especial de Callejeros. El equipo de investigación del programa recorre nuestras denostadas carreteras secundarias hasta dar con accidentes recién ocurridos en los que aún no ha llegado ni la ambulancia, ni los bomberos, ni la guardia civil. Estandartes de una estricta ética profesional, los cámaras recogen primeros planos de conductores atrapados en amasijos de hierro. Caras rígidas por el shock, palidez previa a la muerte. La reportera regurgita datos de la DGT, manejados a su antojo con afección didáctica.
Diecisiete minutos después uno de mis compañeros corre hacia el baño. La clase permanece en silencio cuando Estefanía se pone de pie y frente a nosotros apoya su culo en el pico de la mesa.
-¿Qué os parece?
El padre compungido clama al cielo, el conductor violento dice acojonante pues cree que eso basta como acto de contricción, el camionero joven y fuerte suelta un – ya ves-, y a mí no me pregunta. Soy el único tomando notas.
En los 40 minutos que restan veremos publicidad de otros países, publicidad española jamás emitida, niños lanzándose a la muerte por el parabrisas delantero de un Renault.
Parejas enamoradas besándose en un murete, a los que pilla por sorpresa un coche que lleva dando vueltas de campana durante más de trescientos metros para cercenarles la ilusión, el amor y sobre todo las piernas, que se nos muestran con minuciosidad en el detalle. Testimonios tetrapléjicos, borrachos que mataron y no podrán perdonarse.
Órganos calientes oscurecen el asfalto al salir despedidos de sus cuerpos rasgados.
-Mañana a la misma hora, chicos, a las dos y cuarto.
Son las nueve y cinco de la noche.
Hugo Clemente ©