Frank Mankiewicz fue un médico judío que acabó, por azares de la vida, luchando en el bando del Tercer Reich. Lejos de lo que pudiéramos pensar, la presencia de judíos en las filas del ejército alemán fue bastante numerosa. Muchos de ellos, optaron por guardar silencio y no revelar su origen hebreo. Prefirieron matar en nombre de Hitler y salvarse de un destino horrible, construyendo cada uno de ellos su gran mentira.
Tras la guerra, tras la derrota y la victoria, huyendo de todo y de sí mismo, Frank acabó trabajando de voluntario en un recóndito poblado africano de lo que ahora conocemos como República Sudafricana. En aquel momento de la historia, el territorio Afrikaans le permitía vivir esa doble ambigüedad con la que había jugado desde antes de la guerra.
Pero éste no es el Frank Mankiewicz que nos interesa. No. Éste, el médico judío, moriría pocos años después del final de la guerra, en medio de un poblado con gente a la que apenas entendía pero que le ayudaban a purgar sus pecados a cambio de su hospitalidad Bávara.
En la Nochevieja de 1949, justo antes del cambio de año, moriría Frank Mankiewicz, el médico alemán, y nacería Frank Mankiewicz, el protagonista de esta historia. Los últimos cinco partos en la aldea, habían terminado con los bebés y las madres muertas. Una cifra catastrófica que había obligado al chamán de la zona a tomar cartas en el asunto. Los dioses estaban cabreados y la situación requería un sacrificio humano (¡cómo no…!). El chamán, en pleno delirio alucinógeno por la ingestión de alguna raíz mágica, había hablado con la luna y ésta le había pedido el alma del siguiente niño que naciera vivo. Y allí estaba nuestro Frank, el médico, atendiendo a una pobre parturienta, junto a una hoguera de ramas secas y excrementos de elefante, sin saber lo que se le venía encima.
El niño nació sano, llorando a pleno pulmón, clamando a la vida su enorme derecho a seguir vivo. Llegó entonces el chamán con su cuchillo sagrado, manchado de óxido y sangre seca de cabrito, dispuesto a cometer el mayor de los crímenes: arrebatarle a ese niño lo que se había ganado a pleno derecho al salir del vientre de su madre. De manera instintiva, paternal o religiosa, Frank Mankiewicz, impidió la ejecución, el sacrificio, interponiendo su cuerpo entre el niño y el cuchillo y matando al chamán con sus propias manos antes de exhalar su último suspiro de vida.
En medio de este drama shakespeariano y surrealista, rodeado de muerte y excremento de elefante, había un niño recién nacido que necesitaba un nombre para crecer y llegar a convertirse algún día en hombre. Fue en ese momento cuando la madre, como gesto de agradecimiento al médico que le acababa de salvar la vida al bebé, cogió las placas de identificación que el médico llevaba al cuello y se las puso al niño. Había un nuevo Frank Mankiewicz en el mundo. Un precioso niño negro de algo más de tres kilos, de sonrisa perenne y cuya presencia en este planeta estaría vinculada a toda una sucesión de hechos increíbles.
De cómo Frank acabaría convirtiéndose en el asistente personal y secreto de Robert Mugabe o de los poderes sobrenaturales que manifestaba en determinadas ocasiones, nos ocuparemos más adelante.
Carlos Ibarreta ©