Al entrar en la casa la sensación de ahogo que me perseguía en la calle persiste y una asfixiante opresión hace aparición en mi pecho. Abandono la bolsa en la encimera de la cocina, abro la llave del fregadero y coloco mi cabeza bajo del grifo. La cabellera mojándose envuelve mi campo visual, obturándolo y permitiéndome ver tan sólo cómo el agua serpentea en torno al sumidero y es engullida por éste, desapareciendo en la oscuridad del agujero.
A continuación marcho hacia el baño y allí comienzo a desvestirme. Me cuesta despegarme la ropa, que se adhiere a mi piel, empapada en mi propia transpiración. Descorro la cortina de la ducha y dejo que corra el agua caliente mientras me quito las bragas, arrastrándolas por los muslos hacia abajo, pisoteando el vestido arrugado y sudado que yace a mis pies. Con los ojos cerrados apoyo mi torso en una de las paredes del cubículo y siento la frescura de los azulejos en mi piel, instantes antes de que la pátina de agua hirviendo cubra cada centímetro de mi figura. Rápidamente se apaga el fuego que en mi dermis impuso la mezcla de calor y sudor y noto una leve corriente eléctrica recorrer mis extremidades. Soporto con firmeza la alta temperatura del agua hasta que poco a poco mi cuerpo se acostumbra.
Envuelta en el vapor, una nueva sensación de relajación se abre paso en mi estado anímico y, como a través de una hendidura virtual que se rasgara de repente en mi alma, la ansiedad interior se asoma y fluye hacia el mundo exterior, queriendo escapar a éste. Continúo apoyando el peso de mi cuerpo en la cerámica, que ahora siento como una materia que empezara a formar parte de mi propia carne. El chorro de agua cae por mi cabeza y recorre mi cuello, mis pechos, bañando mi vientre y las ingles, deslizándose cálidamente por los muslos hacia mis rodillas, hasta los pies, formando remolinos en la alfombrilla plástica. En este estado, imagino que una mano me abraza por detrás y palpa mi pubis, disparando la excitación de mi sexo. Entones me aproximo compulsivamente la alcachofa de la ducha a la entrepierna y dejo que mi espalda se escurra por las baldosas, descendiendo mi posición y quedando en cuclillas, separando las rodillas todo lo que me permite el receptáculo, quedando encajonada en el triedro que forman las paredes con el borde perimetral de aquel. Así sentada, me masturbo; dejando que una mano imaginaria emerja desde atrás para escarbar con delicadeza mi ano mientras la presión del chorro de agua estimula la vagina.
Después de un rato, cuando estoy alcanzando un grado de entusiasmo tal que me hace percibir cómo un temblor espasmódico irrumpe desde mi coño y se expande vertiginosamente en todas las direcciones de mi cuerpo, suelto de golpe la alcachofa, de tal suerte que, quedando ésta boca arriba, brota el agua en sentido ascendente mojando mi culo y permitiéndome concentrar todo el trabajo en el clítoris, en donde tecleo las notas de una partitura personal que muy pocos conocen, donde nace el sonido de una melodía de placer íntimo que se funde con el alma en mis entrañas.
Al salir de la ducha todavía no he recuperado del todo el aliento. Con la palma de la mano describo una curva en zigzag sobre la superficie del espejo del baño y observo mi rostro, difuso en medio del vapor de agua condensado. Tirabuzones de cabellos mojados caen sobre mis mejillas, todavía encendidas, y de mis pestañas penden gotas como si de una cornisa se tratara; de una hermosa cornisa que hiciera de goterón y en donde la humedad, que escurre desde mis cejas, procedente de la frente, quiebra su trayectoria. Mis ojos emiten un brillo que destaca en esa nebulosa poco definida que refleja el vidrio; ese pedazo de cristal enmarcado que también dibuja mi boca y que devuelve una imagen fantasmagórica de mi persona.
© Andrea Khoulosuzzio
11 años ago ·
Después de dicha ducha, más que Andrea Khoulosuzzio debería llamarse Andrea Khoulolimpio.